Llegado el momento, los embalsamadores envolvían las vísceras con vendas de lino (probablemente de las sábanas sobre las que había dormido el difunto antes de su muerte, y aún más si se trataba de un menesteroso), que después de ser deshidratadas y tratadas con natrón, las depositaban en cuatro recipientes fabricados al efectos similares en su morfología a los ataúdes en miniatura que contenía el cuerpo, y acto seguido, se alojaban en el espacio reservado de los vasos canopos.
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